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lunes, 23 de julio de 2012
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lunes, 2 de julio de 2012
OISEAU CANARI
El avión, bautizado como “Oiseau Canari”, Pájaro Amarillo, de fuselaje de madera y un motor Hispano Suiza, cruzó sin aterrizar el Océano Atlántico desde América, y por falta de combustible, tomó tierra en los arenales de nuestra costa, en la playa de Oyambre.
Fue el cuarto vuelo transatlántico; le precedió Lindbergh, que pilotó en solitario en el año 1.927; Chanberlain y Levine, y por último, el comandante Byrd. Si es cierto que fue el primer vuelo europeo con tres tripulantes y avión de Francia, un polizón, una radio para tomar contacto y el primero que conectó América del Norte, desde la playa de Old Orchard, en Maine, Boston, y España. Esa aventura, comenzó el día 13 de Junio de 1929.
Se llevó a cabo gracias a tres franceses. Armand Lotti, 1897-1993, fue el promotor del proyecto de volar sin repostar desde Francia hasta la costa americana. Sin embargo, el Estado Francés, debido a los más de cien muertos de anteriores vuelos con esa misma finalidad, lo prohibió. Por esa razón, hubieron de trasladar el avión a America; primero, desde Francia a Inglaterra y desde allí, lo embarcaron despiezado en el buque americano, “Leviathan”, rumbo a América, desde donde, en recorrido inverso, salió hacia Francia.
Jean Assollant, 1905-1942, el más joven de la tripulación, sería el comandante y primer piloto del Pájaro Amarillo; un aventurero aviador que pertenecía a la Armada Francesa, y que también colaboró con un porcentaje económico en este hecho. Este hombre tenía una gran habilidad y destreza en el pilotaje de aviones, gracias a ello, se salvaron en esta travesía de inconvenientes tales como las tormentas eléctricas. Permaneció ininterrumpidamente en su puesto las treinta horas del trayecto.
El tercer tripulante y segundo de a bordo como navegador de vuelo, fue René Lefèvre, 1903-1972. Decidía el rumbo más conveniente y el control del consumo de combustible, además, participó económicamente. También perteneció a la Armada francesa, y tenía una personalidad inquieta, hasta el punto de elegir como afición el bosleigh, en el que compitió con éxito. Trazó una hoja de ruta diferente de las líneas rectas de otros vuelos, es decir, por medio de curvas, las ortodrómicas o loxodrómica, y entre otras precauciones, tuvieron en cuenta las masas de aire frío.
El cuarto, fue un viajero clandestino, Arthur Schreiber, de 25 años de edad. Logró burlar la vigilancia policial, ataviado con ropa de aviador, aunque los tripulantes del Pájaro Amarillo iban vestidos de calle, y entró en el avión y se escondió en un hueco de la trasera del fuselaje. A una media hora de vuelo del Canari salió presentándose con un ingenuo “Aquí estoy” ante la tripulación. Assollant insinuó la necesidad de arrojar al polizón al océano, ya que iría en detrimento del gasto de combustible, velocidad y la estabilidad del avión; según los cálculos, retrasaría en una hora la llegada a Europa.
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Ilustración de Laura Súa para la portada dle libro de Carmen Cabezón |
A las 17 horas divisan una flotilla de barcos pesqueros que les ilusiona y confirma el buen resultado de su aventura, divisan Finisterre y se oye el grito de alegría de Asollant: ¡han atravesado el Atlántico...! Han pasado 26 horas y 44 minutos desde la partida. Siguen rumbo porque aún queda carburante; intentarán llegar a Francia. A las 19 horas, sobrevuelan Oviedo y Gijón, y calculan que podrían llegar a Santander.
Se acaba el combustible y las primeras burbujas de aire comienzan a entrar al motor. Son las 20,30 horas, se acerca el ocaso y no divisan donde aterrizar. Tras sobrevolar unas montañas, avistaron una playa vacía con forma de hoz, que a pesar de la marea llena, podría tener 2 kilómetros. Realizaron un reconocimiento y comprobaron que no sería un inconveniente el arroyo que la cruzaba. Lo hacen en dirección contraria a la de avistamiento, de Este a Oeste. La pericia de Assollant consigue un suave aterrizaje sobre una extensión de 200 metros, paró a metro y medio de un talud que cierra la playa por el Oeste. Son las 20, 40h. hora local. Habían tardado 29 h. y 32 minutos en recorrer 6,000 kilómetros, cruzando el Atlántico Norte sin escalas, desde la salida de Old Orchard hasta la playa de Oyambre.
Descendieron del Canaris, exhaustos; el silencio les dañaba, pues estaban ya acostumbrados al ruido del motor. Observaron lo solitario de las dunas y la desembocadura de La Rabia, admiraron la belleza de las praderías del entorno, pero ignoraban donde se hallaban. Caminaron hasta un campo de golf y vieron que se acercaban dos lugareños. Les preguntaron en un chapurreado políglota y consiguieron situarse. Oyambre era el lugar y Comillas, a 4 kilómetros, la población más cercana. Prestaron a Lotti una bicicleta para llegar hasta Comillas, una localidad que ya duerme. Llamó a una casa particular para pedirle que le presentaran al alcalde, Pablo Azcárate. Éste lo tildó de loco y llamó a una pareja de franceses bilingües, recién llegados a la localidad, que sirvieron de intérpretes. Uno de ellos era periodista y sabía de la aventura de Lotti y sus compañeros.
Volvieron al avión acompañados de la Guardia Civil y en su regreso, Comillas presentaba, espontáneamente, un aspecto festivo con toda la iluminación encendida. Son conducidos hasta la central telefónica y la oficina de Correos, donde se timbran las 200 cartas que traían de América. Cenaron, con fotos incluidas, y pernoctaron en la misma pensión. La noticia de su llegada llegó telefónicamente a Madrid y Paris, y de ahí a todo el mundo. También hubo un aumento del tráfico rodado y la llegada de mucho personal influyente de la provincia. Fueron felicitados por el Ministerio del Aire Francés. Aquella misma noche hicieron un baile en su honor.
Por orden del Gobierno Español llegaron felicitaciones y combustible para repostar el Pájaro Amarillo por medio de dos pilotos, Jiménez e Iglesias, que habían recorrido entre el 24 y 26 de mayo de ese año el trayecto Sevilla a Brasil, en el avión “Jesús del Gran Poder”. Aterrizó en la playa barquereña otro avión pilotado por Pombo y Antón, con un mecánico de la base de Getafe, Ricardo González, que ayudó en las reparaciones.
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Antiguo monumento en Oyambre que señala el lugar de aterrizaje |
A las 6,45 horas del 16 de junio, el Pájaro Amarillo se deslizó y despegó, suavemente por aquel arenal en dirección París. Esas imágenes quedaron plasmadas por la Paramount.
Pasados 52 días del aterrizaje del pájaro Amarillo en Oyambre, se coloca la primera piedra conmemorativa de este suceso, en el punto exacto del arenal donde se detuvo el aeroplano; culminaron el monolito conmemorativo el 8 de septiembre de ese mismo año, casualmente, festividad de la Patrona de la Virgen de la Barquera. El aterrizaje se produjo en la parte que es demarcación de San Vicente de la Barquera, pero la playa de Oyambre también pertenece a los Ayuntamientos de Comillas y Valdáliga.
Todos estos datos, en su mayoría, fueron recopilados gracias a los informes franceses, algo lógico puesto que eran de esa nacionalidad el aeroplano, el motor y sus tres tripulantes.
jueves, 26 de abril de 2012
ENHORABUENA, LINES...
lunes, 16 de abril de 2012
LA LLUVIA EN LA COMARCA SAJA NANSA
martes, 3 de abril de 2012
LOS BOSQUES DEL MUÉRDAGO
de Javier Moro
Hoy inicio un paseo en su encuentro usando un trayecto en el que nada parece marcar su presencia. Subo por un sendero que asciende con la misma pendiente que el arroyo Diablo, un afluente del Saja que dibuja una grieta estrecha y tortuosa arropada por hayas, cajigas y castaños centenarios. Un paseo que me imagino en el espacio y en el tiempo a mi manera, porque al fin y al cabo el sendero no es un instrumento, es una vivencia en sí misma que forma parte del que camina, como las suelas de sus zapatos, como su respiración.
No es necesario viajar hasta el Hallstatt ni a tiempos remotos; en el valle del que me aleja el camino, en Cabuérniga, hay centenares de creencias y tradiciones que enraízan directamente en la concepción humanizada de la naturaleza celta: la figura materna y el amor por la niebla que representa cualquiera de estas hayas centenarias, los símbolos vivos de la lucha sin cuartel del jabalí o la justicia del lobo, el sentido de la abundancia de los castañares, la aparición del mágico muérdago en lo árboles que quemó el rayo, la existencia de dragones como el Cúlebre o de cíclopes como el Ojáncano… En Navidades, algunos pueblos del valle suelen adornar los árboles de sus casas con cintas de colores en sus ramas, rememorando, sin saberlo, a aquellos druidas que tras elegir los árboles con especiales propiedades, solían atar tiras de la ropa sobre los que querían que actuase su magia. Podría ser el origen de los adornos navideños, al fin y al cabo solo son eso, buenos deseos.
Según subimos por la senda puedes ver en medio de esa alfombra de ráspanos un abedul de corteza intensamente blanca, aquel que representaba para los celtas el origen del hombre (con el que comparte un inquietante y curioso ciclo vital), y que algo después, terminaría presidiendo la puerta del paraíso cristiano en otro origen bien distinto. O esos viejos seres extraños y legendarios que son los tejos; que en todo el Cantábrico han sido un símbolo cristiano por su continua relación espacial con la puerta de las iglesias, cuando lo cierto es que fueron el lugar sagrado de reunión de los pueblos celtas, y los predicadores cristianos simplemente aprovecharon esa circunstancia para establecer justo allí sus iglesias.
Nadie como los celtas supieron vivir con semejante intensidad las distintas energías y enseñanzas escondidas en los bosques de latitudes frías; su cultura es un catálogo de un conocimiento profundo de todo un ecosistema convertido en universo, en camino espiritual y filosófico: hierbas y plantas, sus hojas y cortezas, animales reales e imaginarios, sus recodos y fuentes… el bosque como una gran memoria, un gran maestro, y como un dios supremo y poderoso también. Aunque, para ellos, el camino y la definición de cada persona radicaba en su libre elección, su búsqueda era la conexión del individuo con la tierra, el cielo y el mar, los tres reinos de la cosmovisión celta.
Baja alguien por el sendero. Me cruzo con Bardo junto a la Poza de Cureñas. Viene armado; en sus manos trae una poderosa vara de avellano, que aunque él, cargado de sentido pragmático, utiliza exclusivamente con su ganado, semeja a aquellas que los antiguos sacerdotes usaron para la magia blanca. Los druidas eran la esencia personificada de la cultura celta; eran entre otras cosas, médicos, juglares, jueces, profesores, astrónomos, filósofos y magos, nada de lo que les rodeaba les resultaba insignificante. Como el amigo Bardo, que sigue su camino hacia el pueblo, aquel sacerdote celta comparte su interés por encontrar las respuestas y el desarrollo personal en la sabiduría y enseñanzas que la naturaleza misma, como un ente vivo y radiante, nos concede. Y al parecer, también comparten la curación de la mordedura de víbora, que según una formula de vaqueros asturianos (que no de druidas) funciona mediante la aplicación de la madera del avellano que portan.

A la bajada me detengo en la confluencia tumultuosa de dos arroyos, en lo que se conoce como Tramborríos. Me siento bajo un espino albar del que están brotando sus primeras yemas blancas. Rebusco mi libreta de apuntes en la mochila y confirmo que para la mitología celta este árbol fue la morada por excelencia de las hadas. Miro a mi alrededor, porque entre el ensordecedor ruido de las aguas cayendo en una decena de cascadas intuyo voces; pienso que es posible que alguien baje por el sendero, o que quizás, sólo sean las curiosas anjanas en distendida conversación acerca de un intruso paseante.
martes, 27 de marzo de 2012
FRONTERAS

Las olas llegan una y otra vez hasta esa frontera de la playa. Son pertinaces e imitan con su ritmo a un gigantesco reloj de arena; cada marea llena y vacía ese recipiente inmenso, ¿son minutos o vaivén?, ¿cristal o aire?
El horizonte cabalga sobre las cúspides blanqueadas del fragor del mar, puntillas sobre azul cosidas sobre la sábana inmensa del cielo...; ese sonido estalla sin descanso, va y viene salpicando a los paseantes con el goteo del rompiente. Desaparece en la arena como el mismo tiempo, esos inmóviles granos se desperezan y encogen en ese contacto, y, las algas salen a la superficie, navegan aventureras sobre las olas con los surfistas y bañistas invernales, trepidantes y blanqueadas por el salitre. Si mueren, vivirán lo que si no hubiera sido su muerte viviendo...
El faro vigila la mar, es suya; la guía y cuida a golpe de luz, iluminando sus olas y la sirena, brama como viento atemporalado, acompañado del Cabo Oyambre que alarga su inmenso y enamorado abrazo sobre mareas, arenas y Piedras Negras. De vez en cuando, reclama sus impuestos y se queda con la pesca y las cañas de los pescadores...
Es un placer tumbarse sobre la arena escuchando el interminable y marítimo trueno, sentir el aire sobre la piel agitando el vello, protegido por la arena, fiel y paralizada amante en la frontera del oleaje de la vida..., amparado por el crepúsculo solar que agoniza; resucitará iluminando la playa como hizo al irse. Luces del faro, de Gerra, del barco que hiere la superficie del mar hacia un horizonte mezclado con la arena...
Faro, mar, arena y aire, un confín inalcanzable; alimento y vida, intangible como el romper de la noche por la luz del faro o de las inquietas olas blanqueadas como nubes...
viernes, 16 de marzo de 2012
LLENDEMOZÓ, LA EXCEPCIÓN DEL ABANDONO
lunes, 13 de febrero de 2012
CABUÉRNIGA... AL DETALLE

¿POR QUE CABUÉRNIGA SE LLAMA CABUÉRNIGA?
En un escrito de 978 del Cartulario de Covarrubias se puede leer “In Kaornega, illo monasterio Sancti Fructuosi que vocintant illa Mina”. La cita a la población de La Miña (o “Lamiña”, la más antigua del municipio de Ruente) nos permite saber el nombre del valle en la Alta Edad Media: “Caor Nega”. Luego, por deformación derivó al actual “Cabuérniga”. Hasta ahí la historia. Pero si analizamos este nombre que nos brinda el Cartulario podemos tratar de rastrear su etimología. “Caor” es lo mismo que “Car” o “Quer”, o con “k” si se quiere. Palabra de origen prehistórico que hace referencia a la parte prominente (de ahí “cara”) y por extensión a la piedra, a la roca, al punto elevado, a una altura rocosa y, como extensión, a “ciudad” o más propiamente “establecimiento”, pues en - sobre - la roca o lugar prominente se levantaba el hábitat. La palabra “car” hunde sus raíces en la profundidad del tiempo y da nombre a sitios como Karnak en Egipto, Carnac (el mismo topónimo) en Bretaña, Caermarthen en Gales, Cornualles en Inglaterra, Quer Foradat en el Pirineo catalán, Cabuérniga o Carmona en Cantabria. La vocal muta de “a” a “o” (o aparecen las dos conjuntas) o de “a” a “e”; un fenómeno muy frecuente en toda observación filológica. La segunda parte del topónimo: “Nega” (o “Niga”) lo encontramos de forma repetida en topónimos como los señalados “Car-nac”, “Kar-nak”, “Cor-nualles” (o “Cor-nwall” en inglés)... “Nega” a solas lo encontramos en la localización de “Noega” en Asturias, “Noya” en Galicia, “Noja” en Cantabria, “Anoia” en Cataluña, parece ser que también “Noriega” (en Asturias), etc... Y en todos estos nombres, amén de su evidente relación fonética con “anegar”, acostumbra a haber un punto en común: una leyenda que les vincula con la llegada de Noé, el patriarca que se salvó del Diluvio. O los que se salvaron del Diluvio: en plural. En América, los nahuas se consideran supervivientes de una gran inundación que sepultó en el océano a su patria original. También los inuits tienen una leyenda que narra como algunos pocos se salvaron del gran diluvio. La misma palabra: nahua, inuit, Noé, Noega... Noega hace también referencia concretamente - según la leyenda - a una nieta de Noé. En Noya, en Galicia, la tradición cita su arribada a esa localidad para repoblarla tras el Diluvio. Noega tiene el significado de “relativa a Noé”. Cabuérniga - Kaor Nega -, puede bien ser pues “la población (el establecimiento, la ciudad) de la de Noé” (o “los de Noé”). En Cabuérniga, en sitios elevados como atestiguan los menhires de Sejos o las estructuras tumulares de la Braña de la Haya (Carmona) y de la Braña del Pozo (Valle), se habrían podido establecer algún día los supervivientes de la gran inundación que acabó con la cultura que nos legó las pinturas de Altamira, El Castillo, Chufín, El Pendo, Covalanas, El Pindal, etc... Y tuvieron buen cuidado de levantar su nuevos hábitats en lugar encaramado: no fuese a caerles de nuevo el cielo sobre su cabeza... y alcanzarles el agua.
¿POR QUÉ EL VALLE DE CABUERNIGA ES “REAL”?
El valle de Cabuérniga o Caórnega estuvo bajo la dominación de la casa de Mendoza-de la Vega, punto confirmado por sentencia real de Juan II en el año 1444. Este dominio señorial sobre tierras habitadas por gentes de behetría dio lugar en 1544 a un pleito que se entabló en 1544 y que se conoce como el “pleito de los Valles” pues comprometía a Cabuérniga junto con los otros valles de las Asturias de Santillana. Dicho pleito no sería resuelto hasta 1581 y en tal resolución se reconocía el realengo de estas zonas. Quedaban bajo el rango superior del rey en detrimento de su vasallaje anterior.
viernes, 10 de febrero de 2012
EL MONTE CORONA

Me vio nacer diminuto, y a él yo le conocí siendo siempre un gigante. Ochenta inviernos llevo viendo desnudarse de hojas sus robles recios, y ochenta primaveras sus brotes verdes me dan testimonio de que la vida renace constantemente.
Cumbres doradas por el sol, donde cada mañana las aves entonan sus trinos, y hondonadas de húmedos líquenes donde, en constante renuevo, se multiplican los microorganismos… Y por cumbres y hondonadas la elegancia del corzo estilizado, la tozudez del jabalí, y la cautela del zorro astuto. Y tasugos, comadrejas, garduñas y ginetas con otros mustélidos de menor cuantía dan vida a este monte de mis recuerdos…
Impertérrito, sigue el gigante… Ofreciendo la belleza de la frondosidad de sus robledales, hayedos, y estilizados abedules a la vista del turista curioso. Y mostrando rincones bucólicos, y ermitas centenarias y altozanos con panorámicas de ensueño.
Yo guardo del Monte Corona otros recuerdos que me atan a él como la naturaleza nos ata a los pechos de una madre… A Corona fueron a pastar las vacas y ovejas cuya leche nos sirvió de sustento en la penosa posguerra. De Corona se bajaron carros y carros y de rozo para mullir las camas de nuestras bestias cuyos desechos transformados en estiércol abonaron las tierras que tantas boronas permitieron partir y repartir a los hijos, poco menos que famélicos, de aquellos padres de entonces.
Y su leña fue fuego inagotable que ardió sobre el llar de todas las casas donde al calor crepitante de sus astillas de roble, se cocieron pucheros de alubias con berzas y patatas mezcladas con menguados trozos de tocino y muy contados chorizos.
En torno a esas lumbres calentamos en invierno los críos de entonces las manos doloridas de frío y las orejas hinchadas de sabañones, mientras nos recostábamos en el regazo amoroso de la madre o de la abuela y nos adormecíamos escuchando la historia de un cuento fascinante.
miércoles, 8 de febrero de 2012
CABROJO

CABROJO (Rionansa) 200 m. de altitud.
17 hombres y 10 mujeres (INE, 2010).
Vivir en Cabrojo es una gozada porque es un pueblo pequeñísimo, tan cerca de la naturaleza que estás inmerso en ella, con todo lo que ello conlleva de sorpresas y de encanto. El aire está como más transparente, y la paz es tan absoluta que el simple campano de una vaca, o algún ladrido destemplado te puede sobrecoger.
La gente de Cabrojo es trabajadora y seria, y es muy acogedora para el recién llegado, como bien nos consta a nosotros. Se granjean cariño y estima, y son uno de los principales motivos que hacen que te sientes a gusto.
Pero vivir en este pueblo es un reto en la medida en que, aunque otrora fuera un pueblo principal, está muy venido a menos y sufre de inexorable despoblamiento. Los mayores recuerdan las huestes de pillos que allí vivían, e incluso enseñan al forastero las casas en que se criaban, algunas sepultadas bajo unas fortificaciones de malezas. Tanta paz a veces es como preocupante, no quedan casi niños, y los que hay no tienen con quien jugar.
En lo que se refiere a servicios y otras necesidades de la actual manera de vivir, Rionansa no falta de nada, ni de servicio de salud, ni de bancos, farmacias comercios de toda clase e incluso supermercados. Aquí el panadero te trae el pan a casa, cosa que no sucede a menudo en las ciudades. A los que se asustan de la distancia, y aseguran que Puentenansa está lejos de todo les suelo contestar que está muy cerca de Carmona y de Lamasón. Pero es cierto que hay que estar dispuestos a recorrer a diario un gran número de kilómetros si se quiere ir a trabajar a algunos de los grandes centros urbanos de Cantabria.
Éste es el reto principal.
ARENAL

La playa es un lugar increíble con tres únicas fronteras, el horizonte, las montañas y nuestro pensamiento.
La playa de Merón, inmensidad infinita de granos de arena, cómplice del sol y el aire, para curtir nuestra piel y mejorar la salud durante el invierno.
Este kilométrico arenal alberga muchos secretos. Silencios enamorados, paseos en libertad donde la limitación es el sanador Mar Cantábrico. Cuando está agitado, lo cabalgan oscuros y aventureros surfistas... Cada trozo de playa es un mundo suave y dorado.
Recibe en el otoño a la ocla, algas arrancadas del fondo por las marejadas. Las recogen los “ocleros”, incluso, por las noches; resuenan los tractores en un devenir de luciérnagas mecánicas sobre la playa, el fuerte olor a mar recorre todo San Vicente. Las secarán sobre los prados para reconvertirlas en el agar-agar.
Sobre la playa, se ven caminitos de unos milímetros de anchura, que desaparecen mágicamente. Son de cámbaros minúsculos, medirán un centímetro, blancos o tostados; corren de lado, sobre todo, cuando consiguen llevarse las gusanas o cebos de los pescadores de playa, enterrándose rápidamente de espaldas en sus cuevas.
También hay almejas de arena, amañuelas, de cáscara finísima; se sabe donde moran por dos agujeros que forman en la arena, producidos por los sifones que utilizan para respirar y comer. Verlas desplazarse a flote, es una maravilla, lo hacen porque almacenan aire en su interior. Son delicadas de carne y sabor.
Había un muro que partía la playa de las olas en dos, para evitar los desplazamientos de la arena; ahora, duerme tapado por ella. De niños, nos divertíamos corriendo por encima en carreras donde la meta era la Peña del Zapato o la mar, o devorar sobre él aquellos inmensos bocadillos caseros...
...Los extraordinarios huevos de raya, las pulgas marinas... ¡Un mundo de oro!
martes, 23 de agosto de 2011
EXPOSIÓN "LUZ Y AGUA" EN EL CASTILLO DEL REY

El fotógrafo José García Pérez, ha elegido para sus 23 obras el Castillo del Rey, colgados sobre una pared de medievales piedras que contrasta al máximo con cada fotografía, encuadradas con paspartú negro y otras, llenando el espacio hasta un marco mínimo. Esta sala tiene la dimensión justa para acogerlas por su tamaño y cantidad, para así apreciar este reportaje novedoso de la Villa barquereña, que según dicen las crónicas, es “Una de los paisajes más bellos y completos de España”.
José García ha cursado Sonido e Imagen, cumpliendo así su deseo y afición desde la infancia; la composición fotográfica es una de sus preferidas, al igual que el soporte técnico en diapositivas. Comenzó su vida profesional trabajando varios años en Televisión Española y después, en Radiotelevisión Española. Estimó la posibilidad de independizarse y dar rienda suelta a su creatividad.
Inauguró su estudio fotográfico en San Vicente de la Barquera, el 29 de diciembre de 1.994; consiguió hacerse un hueco como fotógrafo profesional y se ha especializado en fotos de estudio, paisajística y sigue desarrollando su actividad creativa. Fue uno de los pioneros en fotografía de soporte digital, año 2001, durante esa transición de la reproducción fotográfica conocida hasta entonces, hizo cursos especializados para adaptarse a esta nueva técnica y renovó tanto el material fotográfico, como los accesorios. Puede afirmarse que está por encima de la media en el terreno digital.
Dice que suele escoger la soledad para hacer esas fotos especiales, rincones solo conocidos por las gentes del lugar, en intimidad, incluso, cobijos en donde un atisbo de ocaso o de luna lo cambia todo. Quizá, en donde los suspiros de los románticos enamorados, queden congelados en unas imágenes que lo definen completamente. La paciente espera de horas o días para fotografiar el tierno cuidado de un ave para con sus polluelos, las luces irrepetibles o el intento de captar el momento insólito de una sensación anímica, es su particular e incansable búsqueda.
Ya sea desde el aire, sobre el muelle, desde una barca a ras de superficie, o consiguiendo los mejores tonos de un sur que enrojece hasta un doble arco iris, paisajes y momentos de luz, de agua; este hombre desnuda de la cotidianidad, las instantáneas ya reproducidas en y por todo el mundo y hace ver un nuevo San Vicente. Intenta plasmar ese disfrute en imágenes, a sabiendas de que el espectador las interpretará según su estado anímico, sensibilidad o tan solo por la estética, que es lo primero que se aprecia debido a su excelente técnica profesional. Busca crear la necesidad de volverlas a ver para descubrir cada efecto, cada detalle o quizá el necesario y relajante suspiro…
Hay fotografías en blanco y negro, sepias o en color, se adhieren a la piel por la novedosa visión del entorno paisajístico o urbanita, de los pesqueros, atardeceres oxidados o los que aparentan ser óleos; pueden conmover barcas decadentes a la espera de una eutanasia material sobre las arenas, abocadas a mar abierto. Se observa un abrazo al mar entre el cabo Oyambre y el espolón, la visión aérea de la forma de un delfín formado en conjunto por la bajamar y la Playona, o quizá el puente de la Maza que parece un raíl solitario, y que envuelve en la anochecida, lo que podría ser una inmensa bahía.
Recoge la instantánea de una ola fascinante por su color y tamaño, hace dudar de su autenticidad; es admirable comprobar el ímpetu de otra ola en ese mismo temporal, rompe sobre la pared del faro, elevándose como un alpinista en más de 30 metros. El reflejo de la a Casa del Mar sobre la ría de Pombo, recogida en un colorido tal, que aparece el movimiento en la imagen, hasta el punto de que algunos espectadores se marearon por ese efecto; la fotografía de la barra en blanco y negro, deja a la vista un supuesto camino al cielo, debido a la marejada de agua translucida que se aupa sobre el rompeolas, convirtiéndose en engañosas nubes sin fin.
Sorprende la fotografía de una punta en tierra con aspecto de cuña, ocasionada por el encuentro del aire a diferentes temperaturas, crea tormentas violentas y rápidas, en esta instantánea entra al mar. La soledad invernal manifestada por la solitaria peña del Zapato rodeada de arena o del muelle vacío de embarcaciones con los amarres a la espera…
Merece la alegría disfrutar del arte fotográfico desde un punto de vista íntimo, un mundo de sensaciones raptadas, llenas de colorido y oportunidad, a pesar de ser algo ya creado, es captado con delicadeza y la suficiente paciencia para conseguir estas obras de arte.
José García Pérez, el hombre que lleva en su hombro la “cámara oscura” con el “objetivo” de obtener sorpresas en “positivo”, que “encuadra” imágenes sensibles a través de la “lente” humana y de la material.
viernes, 5 de agosto de 2011
COMO SIEMPRE... CELIS, MI PUEBLO

Mi pueblo es Celis, perteneciente al Municipio de Rionansa y no me preocupa demasiado pecar un poco de prepotencia, pues el orgullo de pertenecer a un pueblo tan bonito es mucho mayor que cualquier duda que yo pueda tener de proclamarlo con tanta naturalidad. Celis es un pueblo al que la naturaleza ha favorecido en primer lugar por su enclave. Es un punto intermedio entre el mar y la montaña, estamos en el mismo centro de una ruta histórica por el protagonismo que le dio el mejor escritor costumbrista de nuestra provincia en la novela "Peñas Arriba", Don José María Pereda; aunque mi crónica se la dedique a mi pueblo no está de más hacer un poco de historia de los lugares y situaciones de un entorno bastante próximo a nosotros, o por lo menos en el recorrido de la novela que tanto protagonismo dio a esta ruta. Cuando Pereda se ambientó en el pueblo de Tudanca para escribir su famosa novela, se sabe que solo pasó un día o dos en dicho pueblo, y que pernoctó en la Casona de Tudanca invitado por los dueños de la casa a los que les unía una antigua amistad. Lo que creo, sin temor a equivocarme, es que para llegar a Tudanca no pasaría por Celis, pues siguiendo la ruta mas lógica ésta sería desde su pueblo de Polanco pasando por Cabezón de la Sal, o bien entrando por Virgen de la Peña, vía Cabuérniga, quizá atravesando la collada de Carmona hasta llegar a Tudanca. Este viaje creo que lo emprendió por cuestiones políticas.
Pero si el gran escritor no llegó a pasar nunca por mi pueblo, por Celis, sí queda constancia que lo hizo el protagonista principal de la novela y sobrino de aquel señor de la famosa "Casona", Marcelo, en el emocionante capítulo en el que describe como bajando montado en el "espeluznado jamelgo" aguas abajo, tiene, al llegar a la desembocadura del Nansa en Tina Menor, el impulso de escapar en el ferrocarril que por allí pasaba por la Estación de Pesués, hacia los espacios abiertos que tanto añoraba desde el día en que, cumpliendo el deseo de su tío enfermo, acudió desde Madrid, donde disfrutaba de una vida llena de lujos y comodidades, para hacerse cargo de la herencia y obligaciones que su tío quería depositar en él antes de morir.
Hoy Tudanca tiene como pueblo turístico todo el protagonismo histórico que Pereda le dio en su novela y es una ruta que recorren cientos de personas que desean conocer aquella famosa "Casona" de la familia de los Cuesta, pero no se pudo olvidar que en el siglo diecinueve en el que está ambientada la novela, para el joven Marcelo, aquel pueblo, por muy hidalga que fuese la casta de su tío, tuvo que ser un choque tremendo.
No viene mal alargar un poco la introducción del relato sobre mi pueblo si con esto conocemos un poco mejor el entorno que lo rodea. Celis está enclavado en un valle en el que el pueblo en sí, con su mies, va en ligera caída hacia la vaguada por la que discurre el Río Nansa en su prisa por llegar al mar.
Desde el propio pueblo el río no es visible pero si la hoz por la que discurre y los diferentes senderos o veredas que nos acercan a él, en un paisaje muy montaraz y de gran belleza. El Nansa siempre fue un río muy truchero al que acuden en tiempo de pesca numerosos amantes de este deporte. Las montañas que rodean a Celis sin ser sus cumbres no demasiado altas si son lo suficientemente protectoras para crear un microclima que lo protege y lo abriga, aunque esto puede resultar bastante engañoso, pues cuando el "gallego" se cuela por el "Monte Arria" y se cruza con el que baja de los montes y las colladas de Carmona en el pasadizo de el "Escajizo", el choque puede se terrible: en la memoria de todos están el vuelo de los tejados de nuestras casas cuando este fenómeno nos hace su acostumbrada visita otoñal.
Por lo demás, el clima es bastante benévolo y se ha hecho famoso el dicho de que en el pueblo de Celis nunca se hielan los geranios en invierno.
Además de esto, Celis tuvo en años pasados una vida muy activa industrialmente hablando, pues, aunque sus raíces son ganaderas las minas de la antigua Compañía Asturiana, y la Empresa Saltos del Nansa dieron prosperidad y desahogo económico en unos años en los que en otros pueblos de nuestro entorno mucha gente tuvo que emigrar para ganarse la vida. Este auge económico se vio favorecido por lo que se dio en llamar trabajo mixto, pues en la mayoría de las familias, al ser un trabajo de relevos, podían compaginarlo con una agricultura y una ganadería que, aunque en mucha menor escala, todavía tiene un cierto protagonismo, aunque no sea más que por lo mucho que aquí se trabajo en el campo años atrás.
Cuando hago mención a las montañas que rodean mi pueblo en las que en lo alto de sus cumbres se encuentran las praderías más importantes, los invernales, que, aunque costoso y sacrificado, eran con el acopio de su hierba, la tranquilidad que las familias tenían para el sustento del ganado en los meses mas crudos del invierno.
De estas cumbres una en particular es la mejor seña de identidad de nuestro pueblo, es nuestro "Picu Bon". El "Picu Bon" como siempre lo hemos llamado los "celorios" tiene, visto desde Celis, la forma de un cono invertido, su cabeza son como enormes peñascos y sus laderas se van estirando a derecha e izquierda mientras su falda llega en caída hasta el mismo pueblo al que a veces protege y otras castiga, pues los desprendimientos y argallos de sus laderas han sembrado la alarma en bastantes ocasiones cuando en tiempos de lluvia se forman sus torrenteras. Sus cumbres, por la izquierda y por la derecha, visto desde el mirador de "El Escajizo", tiene la forma de una dama que alarga la cola de su vestido de fiesta hasta dejarla caer por la derecha en los montes de la Florida. Por la izquierda (siempre visto desde su frente) va un poco renqueantes salpicado de buenas praderías hasta darse la mano en las "Peñas de la Espina".
Siguiendo con nuestras montañas, "Trespeña" con sus esbeltos picos como el del "Castillo" nos permite contemplar diariamente otro de nuestros mejores paisajes. Así con el "Picu Bon" al norte, las cumbres de "Trespeña" al sur, "Cueto Jormazu" al nordeste y "Montes de Arria" al sudeste son lo más importantes guardianes que rodean nuestro pueblo, aunque hay más y no de menores merecimientos.
Aunque las empresas antes nombradas favorecieran económicamente nuestro pueblo, en Celis contamos con otros atractivos muy importantes, aunque en otro orden; sus casonas de la mejor estampa montañesa son muchas y muy bien conservadas, sus corredores llenos de flores y elegantes galerías, así como los jardines que las rodean son muy admiradas por quienes nos visitan.
En lo religioso las Iglesias de San Pedro y San Roque así como las capillas de San Antonio en Riclones , San Juan en Celucos y El Carmen en el barrio del mismo nombre, creo que todas del siglo XVIII, tienen un gran valor y su conservación es magnífica. Y que decir del precioso puente que une las dos orillas del Nansa con un arco tan perfecto al que sostienen sus robustos bastiones de piedra, y que por lo importante de su altura y anchura, creo que lo hacen el más importante de Cantabria de la época de su construcción.
En fin que si todo esto no fuese suficiente, lo afable del trato de sus gentes y el que en nuestro pueblo nunca nadie que sea persona de bien se haya sentido extraño, completarían una descripción de mi pueblo en la que cualquiera que quiera visitamos encontrara muchos mas atractivos. Siempre seréis bienvenidos.
¡Ah! Se completaría este resumen con que, en cada lugar del entorno, así como en el mismo pueblo de Celis, sus restaurantes cuentan con una cocina casera muy bien tratada y asequible en su relación calidad-precio.
jueves, 21 de julio de 2011
POR LAS INMEDIACIONES DE CHUFÍN

Antonio Gómez Fraile
A ocho kilómetros de Puentenansa; considerada hoy la capital municipal, tenemos la aldea de Riclones; esta localidad cuenta con unas cincuenta viviendas, habitadas todo el año al cincuenta por ciento de forma continuada y con una población aproximada de 70 habitantes.
Para llegar a esta localidad, desde Puentenansa; después de salir de Celis hay que cruzar el río Nansa por el puente de La Herrería, que ha sido declarado BIC (Bien de Interés Local) en el año 2003 con la categoría de inmueble. Su construcción parece que fue realizada entre los años 1749 y 1760 con piedra de granito gracias al mandato y al erario particular de D. Juan Gutiérrez Rubín de Celis, natural del barrio de La Herrería y vecino de México, según dejó inventariado en su Diccionario Geográfico Estadístico Hispano el navarro D. Pascual Mador. Tiene este puente una longitud de 15 metros, un gran arco de 99 pies de diámetro (27,6 metros) y 60 pies de alto (16,7 metros). Está coronado por un humilladero, con la imagen del corazón de Jesús, consta de varios estribos de sillería y de tres arcos más de menor tamaño que fueron cegados posteriormente y que amortiguan el esfuerzo de arco principal sobre el río; actualmente se encuentra rodeado por un denso follaje de sauces, alisos, espinos, chopos, laureles, fresnos etc.
Comunica este puente el núcleo de Celis con los barrios y territorios de Celucos y Riclones, la parroquia de San Pedro, el cementerio o camposanto de estos lugares y continua la carretera que atraviesa el barrio de Riclones, para después de pasar el río de Tanea, enlazar con la carretera de Lamasón en el barrio de La Venta de Fresnedo, que comunica los municipios de Lamasón y Herrerías.
Y hablando de esta carretera, no podemos olvidarnos de cuando comenzó a construirse allá por los años sesenta del pasado siglo: cuando sonaba el campano vecinal se reunía la gente y después de tratar de convencer a algún personaje reacio en ceder la orilla de alguna finca, para ensanchar el camino público, en beneficio de todos para que pudiera pasar el médico, el panadero, la ambulancia o el camión de recogida de la leche, salían los habitantes provistos de herramientas, palas, picos y azadones, con el cura del pueblo Don Arsenio Quintanal (hoy responsable de la parroquia de Puente San Miguel) al frente, con la sotana arremangada y una azada en la mano, dando ejemplo y tratando entre todos de nivelar, allanar y acondicionar el firme y anchura para que la estrechez del camino no fuera obstáculo para que pudieran pasar los primeros y escasos vehículos de aquellos tiempos.
Continuando este camino hacia Riclones podemos ver a la izquierda la parroquia de San Pedro y el cementerio de estos pueblos; esta construcción data de los siglos XVI-XVII, consta de tres naves cubiertas con bóvedas de crucería y un retablo mayor de gran tamaño con torre de campanas exenta, apartada, posiblemente restos de un antiguo monasterio.
Ya en el núcleo urbano de este pueblo y rodeada de una frondosa vegetación,existe una pequeña capilla; la ermita de San Antonio de Riclones S.XVII con un interesante y espectacular porche columnado y un monumental escudo timbrado por yelmo, con talla de gran relieve El día 13 de junio se celebra en esta ermita la festividad de San Antonio de Padua, patrono de este pueblo.
En Riclones existen varias cuevas con pinturas, grabados y restos de útiles de época paleolítica; las más conocidas, investigadas y olvidadas son, Micolón declarada BIC, (Bien de Interés Cultural) en año 2000 y Chufin declarada por La Unesco, Patrimonio de La Humanidad en el año 2008.
También podemos recordar como hasta la década de los años sesenta del siglo pasado por la falta de servicio de agua corriente en las viviendas de estos lugares de estos domicilios; había que ir a buscarlo a la fuente del pueblo con los cubos en la mano. En esta aldea, ese imprescindible líquido elemento se recogía en el “torcu”, una torca, sima o barranco por donde circulaba una corriente de agua subterránea, transparente, limpia y clara; bajando del pueblo por un camino estrecho, serpenteante y sembrado de piedras sueltas esparcidas por el suelo; tapizadas sus orillas de una densa vegetación, se llegaba a este lugar; después de dejar el sendero, sorteando la roca madre, se bajaba al fondo de la sima por unas escaleras de piedra realizadas en tiempos arcaicos o remotos hasta llegar al agua, donde con la poca iluminación que llegaba de la boca de la sima, se llenaban los envases trasportados al efecto y que si ya era una odisea bajar por aquella calleja estrecha, saturada de rocas, cantos y peñascos, podemos imaginar lo que significaba volver con el peso de los recipientes llenos; cuando el tiempo empeoraba y las fuertes lluvias hacían con fuerza acto de presencia, el agua rebosaba por la entrada o boca de la torca, e inundaba una parte de los parajes cercanos a este lugar, lo que provocaba una gran turbiedad que impedía o dificultaba su utilización o consumo.
Pero si odisea consistía en bajar a buscar agua al “Torcu”, no era menos bajar al río a lavar la ropa. A partir del año 1952 del pasado siglo, la empresa Saltos del Nansa construyó un embalse en el río Nansa, a la altura de este pueblo de Riclones, la presa de La Palombera, alterando totalmente la ribera del río, donde las mujeres de Riclones bajaban a lavar la ropa; tipo “lavanderas de Portugal”. Con el cambio de la estructura de los márgenes, en la orilla o ribera de este río y la consiguiente subida y bajada del nivel de las aguas del pantano, la orilla del agua se volvía fangosa, cenagosa y resbaladiza, lo que complicaba la manera; la forma de acercase hasta el agua, convirtiendo estos márgenes, estas orillas, en un riesgo una dificultad y un amenaza para la integridad física de estas “lavanderas” teniendo ellas que desplazarse a otros lugares retirados y alejados en el Nansa o Tanea “con sus cestos a la cabeza” fuera de los niveles del embalse, y por lo tanto a lugares bastante mas alejados del pueblo y por tanto con menos peligro en estas tareas de lavado de ropa.
La vida de estos pueblos ha cambiado en los últimos 30 años de una forma radical; hoy tenemos en todos los domicilios, agua corriente, luz eléctrica, teléfono con ADSL, disponibilidad de prensa, los vehículos tienen acceso a todos los hogares, disfrutamos prácticamente de todas las comodidades de las ciudades y no tenemos el estrés, la tensión, ni el ajetreo existente en las grandes urbes.