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viernes, 16 de marzo de 2012

LLENDEMOZÓ, LA EXCEPCIÓN DEL ABANDONO

Los pueblos de la comarca, hasta los afectados por una obstinada despoblación, continúan soportando su integridad de forma sorprendente. Llendemozó tiene la particularidad de ser nuestro único pueblo abandonado en la comarca, y por eso hemos invitado a Martí Pie (gracias, amigo Martí), que ya ha demostrado ser un apasionado cronista del valle del Saja, a que indagara algunos detalles de ese lugar tan especial.  

 por Martí Pié Boada (La Oca en el Océano)

Llendemozó, en el valle de Cabuérniga, es un pueblo hoy abandonado en su vida cotidiana. Está situado en la margen derecha del Saja, a 500 m. de altura sobre una elevación a media ladera. Se ubica entre las localidades de Renedo y Correpoco, en el antiguo camino que enlazaba la costa con la meseta, el mismo camino que siguieron los foramontanos que repoblaron Castilla o el que siguió Carlos V a su arribada a España. un camino ancestral que se remonta a tiempos pre-romanos y que hoy ha quedado fuera de uso. A comienzos del siglo XX se abrió la carretera actual que pasa por Fresneda y Saja cayendo en desuso el antiguo camino, lo que sería la presumible causa del posterior abandono de Llendemozó a finales de los años 50. En los años 60 ya no vivía nadie ahí. Hoy en día, gracias a la restauración de alguna casa para uso vacacional y a la recuperación de la romería a la iglesia también reconstruida, el pueblo ha recuperado algún vigor.

Para documentarme con el fin de escribir el presente artículo fui a hablar con el señor Manuel Gómez, hijo de unos de los últimos vecinos de Llendemozó. Me puntualizó que el nombre del pueblo sería en realidad Llandemozó: así lo denominaban sus habitantes y así estaba escrito a la entrada. Hasta no hace mucho, todavía se entreveía el cartel donde se apreciaba la “a” de Llandemozó. Se contaba en la localidad una historia que daría explicación al nombre: caminaban un viejo y un mozo por el camino foramontano cuando el mozo se quedó rezagado, el viejo – que le precedía – le instó a que caminase diciéndole : “¡Llanda! ¡Llanda, mozo!”. De ahí pues, si atendemos a esta historia, vendría el topónimo. Se puede interpretar como una referencia al camino que rigió la vida del pueblo. El escritor Manuel Llano lo denominó como Llendejosó; no he encontrado a nadie que pudiera darme razón de esta nombre ni tampoco lo he encontrado reflejado en otro lugar. Vivían en Llendemozó hasta seis vecinos, seis hogares, casas que se pueden contar hoy en día entre las tres que están restauradas y las tres de las que se adivinan los restos de sus muros exteriores. En la localidad se cultivaba maíz, patatas, alubias... La ganadería se centraba preferentemente en la cría de ovejas. Entre los vecinos había al parecer una buena armonía y el nivel de vida, para los parámetros de la época, era bueno, tanto que incluso podían permitirse el contratar criados para el cuidado de las ovejas, criados que normalmente venían de Correpoco y que, al decir del Sr. Gómez, se encontraban tan a gusto que no querían irse de allí. Desde luego el lugar es encantador, es un sitio tranquilo, abierto y despejado, con buenas vistas y aire límpido. En aquellos tiempos de esplendor había una bolera en el pueblo y las casas – como se aprecia en las que quedan – tenían buen porte y acabados. Viniendo de Renedo, la primera edificación que encontramos se encuentra bastante antes de llegar, en la zona de “la Acebosa”. Se trata de la casa conocida como “Casa Blasonada” y luce en su fachada un escudo perteneciente a las casas de Cossío y Terán. Más adelante, unos pocos centenares de metros antes de llegar al pueblo, se encuentra la desviación que conduce a la iglesia. Recientemente restaurada, de hermosa estampa, se trata de una ermita dedicada a San Antonio donde se celebra romería cada 14 de agosto. Se levanta majestuosa sobre un altozano que protege a la localidad del frío del norte y que ofrece una dilatada panorámica sobre el valle. La factura de la ermita corresponde a los siglos XVII y XVIII aunque habría sido erigida mucho antes. En el interior se encuentran restos de un retablo con madera policromada.

Llendemozó recibe al visitante con un humilladero - un “santucu” dedicado en su día también a San Antonio - hoy con el techo hundido y que era lugar de devoción tanto para los habitantes como para el viajero que seguía el camino. El pueblo desciende un poco y en el interior de una de las casas de la parte baja se pueden encontrar piezas como el horno de hacer pan situado en el piso alto - un horno con una bien acabada cúpula -, el espacio donde se ubicaba la cocina con el suelo de madera rebajado para ubicar un “cojín” de tierra con el que evitar riesgos de incendio, barandillas trabajadas y el artesonado del techo inferior. Cuando visité Llendemozó con motivo de este artículo, encontré unos albañiles restaurando una de las casas. Amablemente me dieron más información sobre el lugar y me enseñaron la vivienda con los detalles antes citados. Al lado de esta casa corre el agua que sale de una interesante y amplia fuente de sillería.

Entre robledales y acebos, el paisaje se ve presidido por la singular Pica El Cueto. Un cueto es una montaña cónica – como pueda ser la del Castillo en Puente Viesgo – pero ésta es en realidad piramidal. Está situada entre tres localidades (Llendemozó, Correpoco y Viaña) y precisamente conforma una pirámide de tres caras bien definidas. La regularidad de sus vértices apenas queda interrumpida por dos salientes: uno más pequeño y otro más grande que reciben respectivamente el nombre de “el Cerezuco” y “el Cerezón”. La piramidal Pica El Cueto tiene tres vertientes, está flanqueada por tres pueblos y tiene tres picos.

Llendemozó, aún despoblado, ofrece al visitante una calidez que deja un recuerdo de bienestar. Un lugar agradable, de una belleza serena y equilibrada, un balcón desde el que otear por un lado el valle y por otro las cumbres que lo coronan.

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