|
La segadora, Millet, 1857 |
Si existe un fenómeno social interesante y claramente
expresivo de la importante transformación de la sociedad rural tradicional es
el aumento de la
masculinización de la
población en el medio rural: existe una correspondencia directa y clara
entre los procesos de despoblación y el porcentaje de mujeres en ese
territorio. En los casos en los que la actividad económica es evidente y se
goza de un mejor acceso a los servicios o donde la población se mantiene o
aumenta, el porcentaje de mujeres suele ser alto, equilibrado con el de los
hombres, o sea, que suele acercarse al 50% e incluso superarlo. Aunque las
cifras aún queden lejos de posturas extremas, los datos que aporta la comarca
Saja Nansa son son una verdadera ejemplar de ese tipo de circunstancias. Analizarlo
podría aportarnos nuevas claves para entender mejor la coyuntura de nuestro
territorio y, por tanto, estar un poco más cerca de las soluciones que demanda.
En una sencilla revisión de los datos podemos encontrar un
lento proceso que ha marcado diferentes etapas. Si bien en los años 50-60, con
la llegada de la industrialización generalizada al país, supuso una migración de
hombres hacia los espacios urbano-industriales del ámbito nacional y europeo
con la consiguiente feminización de la población rural, no tardó en
desacelerarse esa tendencia hasta llegar al escenario contrario de un mayor
abandono de los pueblos por parte de las mujeres.
Este proceso mantiene una vigencia ejemplar en nuestro
territorio comarcal, cumpliendo en todos los casos la lógica del fenómeno.
(puedes ver la tabla en mejor definición clickando en la imagen)
La comarca, como ya comentamos en otra ocasión, crece
durante la última década, y lo hace en mayor proporción en el género femenino:
mientras que la población masculina crece en 341 individuos entre 2001 y 2011,
las mujeres suman 461. Se cumple por tanto la fórmula de que mejora la
población = mejora el porcentaje femenino.
En el análisis municipal esta fórmula se convierte en una
verdadera constante. Sólo hay un municipio en el que haya mayor número de
mujeres que de hombres, Cabezón de la
Sal, con un 51%, y cumple plenamente la lógica por tratarse
del municipio que más población absorbe y uno de los más importantes núcleos
económicos y de servicios del territorio.
En el otro extremo se encuentra Tudanca, con el porcentaje
de mujeres más bajo, apenas supera un 30 %, y uno de los casos más delicados
del territorio en los procesos de descenso de la población e inactividad
socioeconómica. Si tomamos como referencia alguno de los municipios que
muestran en los últimos años un mayor crecimiento de población, como Mazcuerras
o Val de San Vicente, o aquellos que tienen mejor accesibilidad a los servicios
como San Vicente de la
Barquera, vemos que, de nuevo, muestran los más equilibrados
porcentajes de mujeres y hombres, y que además, han reaccionado hacia el
ascenso en los últimos años.
Si buscamos entre los expertos algunas explicaciones para
este fenómeno encontramos la descripción de escenarios que nos son fácilmente
reconocibles. La sociedad y la economía rural tradicional basa su estructura principal
en el desarrollo agrario, y éste a su vez está determinado por la titularidad
de la tierra y por los avances sufridos en el último periodo histórico con la permanente
modernización de los medios de explotación. En este contexto el protagonismo es
contundentemente masculino, dejando a la mujer un papel secundario reducido a
las labores menos reconocidas de mantenimiento del hogar y la familia. Éste es
el motivo de que los hombres permanezcan mucho más en sus pueblos de
nacimiento, mientras que son las mujeres las que terminan trasladándose al
pueblo de la pareja o el marido.
También existe una causa relacionada con el ámbito
educativo. Mientras que el hombre joven tiende a abandonar los estudios porque queda
prematuramente ligado a la explotación y se le plantea la responsabilidad de su
continuidad, el papel de “ayuda familiar” de la mujer joven (que ya cuenta con
el sacrificio de las madres) les supone, en muchos casos, alargar más que los
chicos su proceso formativo, con el objetivo de buscar un futuro fuera del
medio familiar. El distanciamiento durante su proceso de formación y la
prematura incorporación al mercado de trabajo, puede suponer una
desvalorización de lo agrario y rural, lo que conlleva una mayor predisposición
migratoria hacia los pueblos más grandes o el medio urbano, y termina
apareciendo en su imaginario como la única alternativa que le permite superar
el papel desestimable del modelo tradicional.
Otro aspecto que corre en favor de la marcha de muchas
mujeres del medio rural en edad joven, entre los 20 y 30 años, es su especial
valorización de aquellos lugares que presentan
mejores instalaciones sanitarias, educativas o culturales.
No es de extrañar, por tanto, que en cualquier planteamiento
de desarrollo rural sea especialmente sensible al ámbito de las mujeres, no
sólo por mejorar y compensar una situación social que arrastra la inercia
histórica, sino porque premiar la inclusión de la mujer en un nuevo concepto
rural supone sentar las bases para una situación más estable de la población.