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viernes, 2 de septiembre de 2011

SAN PEDRO DE CAVIEDES

de Ángeles S. Gandarillas.

Es un placer disfrutar de la antigua carretera nacional en verano, el frescor de los parajes naturales donde los bosques llegan a las márgenes del camino, y descubrir monumentos antiquísimos y pueblecitos con encanto.

Al salir de Treceño, dirección Oviedo, se vislumbra en un alto San Pedro de Caviedes. Su población es escasa, en su mayoría jubilados y antiguos vecinos de vacaciones, retornan a las casas familiares, bien conservadas y mejoradas, respetando la estructura de la vivienda rural. Quedó atrás su ocupación habitual de entonces, el trabajo agropecuario.

Tiene una ermita en honor al patrón, San Pedro, de estilo románico, s. XI. Son dignos de resaltar varios sarcófagos en piedra de la misma época; en una de las tapas se pueden leer varias inscripciones. Posiblemente alojaran a personajes de raigambre; los que están troceadas dejan ver el vaciado del interior para la colocación del cadáver.

El exterior de la ermita, mantiene la forma estructural del antiguo románico, sencilla, rectangular, de recias y lisas paredes, en ellas se distinguen piedras procedentes de los sarcófagos; lo mismo ocurre con dos dovelas del arco de medio punto de una de sus entradas, todas con inscripciones de los recipientes mortuorios.

El interior es un hemiciclo humilde y su altar, emula al de Santa María de Lebeña, tiene forma de prisma rectangular con gravados radiales o estelas. Hay reproducciones de dos imágenes policromadas y rostros inexpresivos, igualmente de estilo románico; las originales fueron llevadas a restaurar y quedaron en el Museo Diocesano de Santillana del Mar. El techo es de madera.

El exterior está cementado y preparado para acoger a posibles camperos. Fueron los sacerdotes de la zona quienes promocionaron la reparación del templo, a raíz de una visita de los alumnos de un instituto de Cabezón, a la por entonces abandonada, ermita de San Pedro.

En esta zona hay un importante patrimonio de ermitas y humilladeros denominada, “La ruta de las ermitas”, rodeadas por montes y bosques repletos de vegetación, arboledas centenarias, caminos y calzadas romanas, riachuelos, paisajes silenciosos y agrestes. Ha habido una regresión pues se han asilvestrado las antiguas fincas; un cambio de necesidades respecto a la dedicación de antaño a la ganadería o los cultivos y la naturaleza ensancha sus fronteras. Se ven cada vez más frecuentemente, rebecos, zorros, ardillas, nutrias en los ríos, aves rapaces e incluso, abundan los pequeños y coloridos jilgueros de trinos delicados.

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